martes, 6 de enero de 2015
Intervención heroica
Hacía semanas que las patrullas de vigilancia en todo Naolous Secundus habían sufrido bajas inexplicables. Desapariciones, asesinatos y atrocidades perpetradas por asesinos invisibles.
Cuando Horvar llegó a Walkeri, una pequeña ciudadela cercana a la capital del sector, Syriacus, sólo encontró soldados demasiado nerviosos como para defenderla. Historias sobre compañeros desaparecidos, cadáveres descuartizados, siseos en la oscuridad y otras narraciones espeluznantes y a la vez sin sentido es todo lo que pudo sacar de los interrogatorios que llevó a cabo.
Siseos en la oscuridad...
Horvar ya no sabía si se trataba de una táctica de terror perpetrada por cultistas, de criaturas de leyenda o de un asesino maníaco convertido en mito por las historias magnificadas de los habitantes de la zona. Pero sus pensamientos fueron interrumpidos bruscamente.
- ¡Señor! ¡Se ha producido otro ataque! - le gritó una voz desgarrada a través del comunicador.
- ¿Dónde, soldado?
- ¡En las afueras de la muralla! ¡Está aquí! ¡Ya viene a por nosotros!
Horvar soltó la placa de datos y marchó apresuradamente con un contingente de hombres hacia la posición que indicaba el transolaclizador. A pesar de su carácter indagador y frío, había una sombra que se cernía en su interior. Una sensación de malestar creciente que le proporcionaba punzadas en lo más profundo de su mente.
Cuando llegó al lugar encontró un soldado aterrorizado, apuntando con su rifle láser a la espesura, y apretando el gatillo una y otra vez en vano, pues el cargador estaba ya vacío. Sus ojos perdidos y aterrorizados no se apartaban del bosque, y jadeaba como un perro.
Horvar no se molestó en preguntarle, a sabiendas de que sólo encontraría más respuestas confusas, pero era evidente que ahí acababa de ocurrir algo.
- Por aquí, Señor.
Uno de sus soldados había encontrado una mancha de sangre de considerable tamaño en el linde del camino. Y sin embargo, no había muestras de lucha ni marcas de combate por ninguna parte.
- ¡Seguid el rastro de inmediato!
La patrulla se adentró en la espesura con los reflectores encendidos. Los nervios estaban a flor de piel. Los dedos acariciaban los gatillos de las armas. Horvar seguía sintiendo el aguijón en su mente cada vez más profundo, pero se centró en mantener bien abiertos los ojos.
Y entonces lo vieron. El rastro de sangre terminaba abruptamente entre dos árboles, y una figura se cernía sobre el suelo. La masa voluminosa emitía un siseo mientras parecía hurgar en algo que había a sus pies.
- Escoria...
Horvar no pudo evitar pronunciar las palabras en voz baja cuando vio a la criatura, pero fue suficiente para alertarla, girándose rápidamente con los ojos inyectados en sangre.
- ¡Fuego a discreción! ¡Fuego! ¡Fuego!
Los soldados abrieron fuego sobre la bestia, que parecía esquivar las balas con la velocidad de un demonio. Por fortuna, no fue suficiente y su cuerpo de múltiples miembros cayó derribado delante de ellos.
- Genestealers. Maldita escoria. Parece que finalmente la purga del sector no surtió efecto. Cordelian, quémalo todo.
Uno de los soldados avanzó y prendió el lanzallamas. El fuego consumió el cadáver de la bestia y de la víctima que había estado devorando en las sombras. Horvar se dio media vuelta, mientras los soldados se replegaban y el fuego purificador hacía su trabajo, y entonces oyó un crujido seco de partir de huesos. Se giró como un resorte y vio el cuerpo de Cordelian siendo levantado del suelo, con un apéndice con garras atravesándole el pecho. El lanzallamas seguía escupiendo fuego mientras el torso de la víctima se estremecía entre los espamos, y otro de sus hombres pereció entre gritos cuando se vio envuelto por las llamas.
Con un golpe seco, la garra larga y curva arrojó el cuerpo de Cordelian a un lado, y una criatura enorme, pero que había permanecido extrañamente invisible a su lado, emergió a la luz. Emitía un siseo horrible y se movía lentamente, como acechándolos, o más bien, saboreando lo que estaba a punto de ocurrir aún a sabiendas de haberse descubierto.
- ¡Replegaos! ¡Replegaos! ¡Volved atrás!
Horvar intentó que sus tropas mantuvieran la compostura, pero el terror se había apoderado de ellos tanto como el horrible taladro que perforaba ya su mente, causándole náuseas. Sus hombres retrocedieron abriendo fuego hacia la espesura, pero fueron otras criaturas más pequeñas las que dieron cuenta de ellos. A pesar de que es bien sabido que los gantes son de los organismos tiránidos más pequeños, una de estas criaturas tiene el tamaño y la fuerza de un león, y de la espesura surgieron docenas de ellos, que diezmaron a los guardaespaldas del inquisidor. Un último vistazo por encima del hombro mientras huía mostró a Horvar al enorme líctor tiránido cernido sobre una de sus víctimas, con los tentáculos que cubrían su rostro pegados al cráneo del soldado que sujetaba con sus garras de mantis.
Cuando consiguió llegar a la ciudadela, Horvar estaba seguro de que no habría un mañana. Desplegó con la rapidez que pudo a todas las tropas disponibles, pero sentía que la presencia oscura que arañaba su alma estaba cada vez más próxima. Pronto el terror se convirtió en un estruendo formado por disparos, fuego de bombardeo, el batir de alas de decenas de gárgolas y los gritos guturales de criaturas de pesadilla. Los organismos de vanguardia tiránidos asaltaron la ciudadela rápidamente. Por cielo y por tierra, aparecieron decenas de horrores quitinosos. Las minas espora derrumbaron muros, y Horvar agachó la cabeza al sentir el horrible chirrido de una Harpía sobrevolándolos. No había esperanza.
Pero el Emperador protege.
Cuando todo parecía estar perdido, se produjo un chasquido de luz, acompañado por el chisporrotear de la energía, que erizaba su vello, y un sabor metálico en el paladar... Eran sensaciones que Horvar conocía bien. Aurikon le había oído. Las fuerzas de intervención de los Caballeros Grises habían llegado. El fuego de los incineradores desató su furia, quemando a las progenies de Genestealers y Gantes por igual y las espadas némesis cortaron cuerpos y alas de Gárgolas con la ira del mismo Emperador. Las colosales figuras de dos Servoterrores Némesis se teleportaron fuera de los muros y con torrentes de fuego purificaron a los Xenos. Uno de ellos se percató de la presencia del Tervigón que instigaba en la retaguadia a las progenies y tensando el frío acero saltó hacia la horrenda bestia. Las progenies de Gantes se arremolinaron sobre la enorme figura plateada, pero el fuego de bólter de los Caballeros Grises liberó al titán plateado, que con un giro sobre sí mismo golpeó el costado de la mole tiránida y canalizó todo su potencial psíquico a través de la empuñadura. La criatura lanzó un terrible rugido mientras luz blanca salía de sus ojos y de su boca, consumiéndola por dentro. Pronto, las progenies empezaron a atacar de manera desordenada, fuera de la influencia de su instigador. Muchas corrieron en jaurías hacia la espesura, alzaron de nuevo el vuelo o se enterraron en túneles profundos. Horvar sintió en su mente alivio por estar vivo y porque las garras que arañaban su subconsciente se habían desvanecido.
Una figura brillante, con los ojos encendidos en luz de pura energía, se acercó a Horvar. La armadura de exterminador estaba salpicada por la oscura sangre tiránida, pero la ornamentación y presencia del guerrero seguían siendo impresionantes.
- ¡Alabado sea el Emperador! - dijo Horvar. - Pensábamos que ya no había esperanza.
- Estamos muy lejos de estar a salvo, Inquisidor. - dijo la potente voz del Bibliotecario - La mente enjambre nunca actúa en vano. Sus ojos ya han visto lo que necesitaban ver, y sus repugnantes fauces ya han probado la carne, y no soltará a su presa. La victoria de hoy puede no significar nada si nuestras sospechas se hacen reales. No tenemos mucho tiempo, reúna a todos los hombres que queden aquí y los dirigiremos inmediatamente a la capital para organizar la defensa. Mi Señor Lord Aurikon está esperándole, debe informarle de todo lo que ha visto en este lugar.
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Con una punzada el enlace psíquico con el Tervigón se cortó y el Magus Genestealer volvió a encontrarse a solas en la oscuridad de sus aposentos. Sabía que habían perdido una batalla, y sentía la frustración del Señor del Enjambre en la corriente psíquica que unía su mente con la flota, pero también era consciente de que lo que habían aprendido el día de hoy en la derrota haría que la victoria del enjambre estuviese un poco más cerca. Salió a la habitación contigua donde la claridad del día hirió sus ojos tras la prolongada ausencia de luz, pero cuando se hubo acostumbrado se aproximó al balcón y aferrándose fuertemente a la barandilla contempló los alrededores de la ciudad colmena Alonis. Allí, en lo alto del distrito de las grandes casas, todo era paz, pero pronto verían sumida su gran ciudad y todo el planeta en el caos de la destrucción y serían consumidos por las fauces siempre hambrientas de Furia.
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