martes, 3 de febrero de 2015

El horizonte se oscurece

En las pesadillas, los monstruos no necesitan tener una forma determinada, no necesitas verlos, solo con saber que están ahí, en algún lugar de tu sueño acechándote te vale para que el pulso se te acelere, para empezar a sudar y para quedarte aterido por el terror hasta el punto de prácticamente dejar de respirar, hasta que despiertas con un grito ahogado que libera parte de tu terror y hace que tu organismo vuelva a funcionar con cierta normalidad.

El problema es que esto no era un sueño.





El gran almacén en el que estaba destinado como guardia de seguridad estaba prácticamente a oscuras. En la oscuridad de los altos techos se perdían las altas estanterías donde se acumulaban los distintos productos. Allí suponía Knebek que debía estar esa maldita bestia.

No la había visto, pero había podido olerla. Había podido casi intuirla y había visto lo que había hecho con su compañero. El terror se apoderó de él al ver a Sanik desparramado en el suelo en mitad de un charco de sangre. ¿Como podía haber tanta sangre en un solo cuerpo humano? ¿Acaso no le había quedado ni una gota dentro?

Corrió cuanto pudo hasta la garita donde tenía la escopeta. La cargó con todos los cartuchos que pudo y echó mano al comunicador de la garita. No funcionaba.

- Claro, lo típico. - Dijo para si mismo mientras apuntaba con la escopeta hacia la puerta.

Recordó el comunicador personal que llevaba Sanik. Aunque también pensó en la salida. Estaban en sentidos opuestos. Salió de la garita despacio, sin hacer ruido, alerta, tratando de escuchar el movimiento de la bestia. Knebek era guardia de seguridad porque no había conseguido pasar las pruebas de acceso a la FDP, pero eso no quería decir que no estuviera entrenado y que no fuera un profesional. Miró todo lo largo del pasillo hasta la puerta de salida de personal. Unos cien metros mal iluminados. Tenía la llave para abrirla y fuera estaba la ciudad. Podría pedir ayuda.

Miró hacia el la otra parte del pasillo. Unos cuarenta metros hasta donde la masa sanguinolenta yacía. Igual de pobremente iluminado. Luz. Eso es lo que necesitaba. Volvió a entrar en la garita y recogió una potente linterna. Iluminó las alturas. Si ese monstruo podía trepar podría estar en cualquier lado. Ancló la linterna a su escopeta y comenzó a avanzar hacia Sanik. En ese extremo de la nave se encontraba también el control de la iluminación y de la maquinaria elevadora. Con más luz podría ver acercarse a ese bicho y destrozarlo con su escopeta.

Avanzando, alejado todo lo que pudo de ambos lados del almacén, iluminando los escondites potenciales casi había llegado a la sangrienta escena cuando escuchó un ruido a su espalda. Se giró inmediatamente apuntando con su escopeta. Nada. Otro ruido, esta vez en lo alto de una estantería. Se movía, y vaya si lo hacía rápido. Por el rabillo del ojo percibió movimiento pero antes de enfocarlo desapareció.

Siguió avanzando a pesar de los ruidos y llegó hasta su compañero. Sin quitar un ojo a su alrededor se agachó y recogió el comunicador empapado en sangre. Lo sacudió un poco para quitar el exceso y se lo acercó a la boca. Entonces lo vió.

Bajo uno de los focos del otro lado del corredor un... bicho. Como un insecto, enorme del tamaño de un perro grande pero con muchos más dientes y garras estaba mirándole. Estaba lejos, fuera del alcance de su arma. Se quedó perplejo. Así que los rumores eran verdad. Xenos. Había Xenos en el planeta. Tenía que dar la voz de alarma. Entonces oyó otro ruido. Algo más cerca que el otro pero aún bastante lejos otro ser estaba colgando de una de las estanterías. y ahora que se fijaba, había más. dos, tres, cuatro... ocho, nueve... Cuando supo que buscar se dio cuenta de que había por lo menos una docena asomando de huecos, trepando por las estanterías... No lo atacaban.

Estaban quietos. No avanzaban. Solo observaban. Una gota cayó sobre su hombro. Y luego otra. Se llevó la mano al hombro y pudo comprobar que era sangre. Los xenos se movieron entonces. Alarmado apuntó con su arma, pero estos se retiraban. Con sigilo y sin perderle de vista, los bichos se retiraron a su escondites, treparon hasta las alturas y se perdieron en la oscuridad. Se llevó el comunicador a la boca y pulsó el botón de inicio de comunicación.

Ningún sonido salió de su boca. Con un crujido que a cualquier ser humano le habría parecido espeluznante, la mayor parte de la masa encefálica salió de su cavidad por un orificio del tamaño de un puño. Otra criatura, más grande y bípeda atrapó el cráneo de su víctima con los tentáculos en los que estaba rematada su boca y sujetó el resto del cuerpo casi con ternura con sus enormes garras.

Cuando hubo terminado con su aperitivo, la criatura depositó el cuerpo suavemente en el suelo y los diseccionó con precisión.

Fuera aún estaba oscuro, pero antes de que amaneciera muchas más víctimas caerían ante el cazador.

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El viaje a través de la espesa selva del planeta había sido lento y trabajoso. No es que estuviera cansado, claro, pero sus planes estaban alargándose demasiado. Quizá la estrategia del sigilo no era lo que más le gustaba utilizar, pero un asalto frontal contra las instalaciones humanas sin haber evaluado si quiera las defensas del mismo podrían acabar con demasiados de sus hermanos. No habían dormido durante tanto tiempo para ser destruidos en un ataque a lo loco.



El maldito humano sobrehormonado no había soltado nada de información, así que no sabían cuantos habría como él allí. Esos eran los que le preocupaban. Los otros, los que contaban con su simpatía solo por el hecho de haber comenzado la evolución hacia la mecánica no eran guerreros. Ni siquiera los que iban armados. Le dolió que interrumpieran los protocolos de reanimación de sus hermanos. Así que, aún contando con su simpatía, acabó con ellos son compasión.

Ahora que ya contaba con bastantes guerreros, tenía que conseguir el Arkanethon. El Arkanethon... Consumía sus pensamientos. Sin este artefacto, la mayor fuente de energía en cientos de sistemas a la redonda, puede que la reanimación de toda su casa no fuera posible hasta que fuera demasiado tarde. Estos humanos eran débiles, poco más que animales de jungla, pero eran muchos y podían llegar a estar organizados y contra eso ni una falange necrona podría enfrentarse. Pero el Arkanethon cambiaría eso. Con él en su poder, con sus facultades a pleno rendimiento podría generar energía suficiente como para despertar a todos sus hermanos y activar su arma más mortífera, que aún permanecía escondida.

Podía sentir el Arkanethon llamándolo desde dentro de la estructura humana. Tenía que ser suyo. Tenía que recuperarlo y exterminaría a todo aquel se interpusiera en su camino. Ahora que tenía sus tropas en posición, Gultron dio la órden y comenzaron el avance final.

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El desembarco estaba a punto de producirse. La thunderhawk sufría terribles turbulencias mientras acababa de entrar en la atmósfera desde la órbita donde esperaba la flota.

Sus hermanos, atados a la nave por sus arneses de gravedad permanecían inmutables mientras las últimas maniobras de aproximación ponían a prueba la integridad estructural de la venerable nave.

Tras la caída casi en picado, en el último momento la Thunderhawk recuperó la horizontalidad y sobrevoló el fondo de un profundo valle. La luz naranja se encendió.

- 10 segundos! -Bramó por el comunicador.

Al unísono sus hermanos se golpearon el pecho y los arneses se recogieron. Cargaron sus bólteres y tomaron posiciones en todas las salidas. Antes de que la aeronave tocara suelo las compuertas se abrieron y las tropas empezaron a desembarcar.

- Escuadra Caponatus, aseguren la colina Delta 12. Escuadra Chemus, Desplieguense hacia el arenal del río.

Las tropas se desplegaron con eficiencia. En un abrir y cerrar de ojo, la Thunderhawk levantó el vuelo arrasando con la fuerza de propulsión la vegetación.

- Capitán, desembarco completado. Permanecemos en posición de reserva a la espera de órdenes.
- Permanezcan atentos. Localicen las posiciones enemigas y estén alerta ante tropas de reserva enemigas.

Con todas sus tropas en posición, avanzó hacia la espesura.



- Están aquí... - Siuk miraba con los ojos en blanco a través de la realidad. Un aura de disformidad absorbía la luz alrededor de su cabeza.
- Espero que esta vez no falles. Yo mismo le llevaré tu cráneo a Khogo si nos dejas vendidos. - Targ-uk se alejó del hechicero y alzó la voz. - Mis guerreros, los perros del falso emperador están aquí. Preparaos. Hoy cosecharemos una victoria para nuestro señor y para los dioses oscuros. Sin prisioneros!

Una miríada de gritos de guerra y exaltaciones de diferentes deidades salió de las bocas de los guerreros emboscados.

Ni un solo ruido salió de la burbuja de silencio que Siuk mantenía sobre el complejo. Sin embargo, algo estaba luchando por penetrar en la burbuja. Un tocado por la disformidad... Un bibliotecario. Tocado y capado por sus límites morales y su cobardía. Podía saborear su esencia... Devoraría ese alma hoy. Sería suya.


Epiel se detuvo de golpe. Extendió la palma de su guantelete psicoreactivo y sondeó la no materia. Estaban ahí. Les percibía. Uno de sus hechiceros hacía serios esfuerzos por ocultarles, pero él los sentía. No podía ubicares aún, pero el traidor no podría mantenerles ocultos eternamente. El capitán se detuvo a su lado y aspiró profundamente.

- Caos... - Dijo con una mueca de asco.
- Están cerca, pero la disformidad les oculta de mí.
- Daremos con ellos. - Bajó el tono de voz - ¿Hay algo del objetivo primario?
- No puedo responderle aún, Capitán.
- De acuerdo. -hizo un gesto cortante con la mano y el destacamento siguió avanzando.

En mitad de ninguna parte dos cazadores acechaban a sus respectivas presas. Y a los dos les esperaban sendas sorpresas.




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